06/10/2014

Andar, una pasión literaria

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Autor: José

Aprovechando la aparición en Taurus de Andar. Una filosofía del profesor de filosofía francés, experto en Foucault, Frédéric Gros, queríamos hacer una reflexión sobre el éxito de estos libros. (Tanto en Francia como en su reciente traducción al inglés ha sido un best-seller, para tratarse de un ensayo).

Que hay un movimiento de pensamiento al respecto del caminar lo atestigua el nuevo número de la revista El estado mental, que en sus primeras páginas anuncia una antología de Isaac Monclús sobre caminantes, la traducción de uno de los mejores libros recientes sobre el tema (el de Rebecca Solnit, Wanderlust. A History of Walking, que publicará Capitan Swing a principios de 2015), o una excelente entrevista de Javier Calvo a Iain Sinclair, uno de los escritores ingleses que ha hecho de esta peculiar "psicogeografía" todo un mundo escrito.
Siruela ya publicó no hace mucho el Elogio del caminar de David le Breton, pero la misma literatura ofrece verdaderos tratamientos del paseo como en Robert Walser (o el delicioso libro de Carl Seelig, Paseos con Robert Walser), Sebald en Los anillos de Saturno, Mis dos mundos de Sergio Chejfec, o un caminar errante hacia la frontera en el libro de Vicenç Pagés Jordà Dies de frontera.
Un libro reeditado ya en varias ocasiones por Gustavo Gili, Walkscapes. El andar como práctica estética de Francesco Careri, nos introducirá a cierta genealogía del tema, donde aparecen en el siglo XX los dadaístas y los situacionistas con su teoría de la deriva. También recientemente recibimos en italiano Il Flâneur. Viaggio al cuore della Modernità (2013) de Alberto Castoldi, de quien aún recordamos un lejano El texto drogado publicado en Mario Muchnik sobre escritura y drogas: en él encontramos a Baudelaire —del que Antoine Compagnon acaba de publicar una monografía en Flammarion mostrando su irreductibilidad— y a su adorado Poe, mostrando al hombre de la multitud. En Acantilado podemos leer el A lo largo del camino de Julien Gracq, donde podemos apreciar las bondades de observación de un profesor de geografía letraherido.
Gros también nos hablará de la tradición antigua peripatética, de filósofos caminantes, de ese ritmo y cadencia del andar que favorece el pensamiento, como bien recordaba Nietzsche, que relacionaba el pesimismo flaubertiano con un exceso de estar sentado... Hace no mucho hablábamos del poeta Philippe Jaccottet, el cual va caminando por los alrededores de su casa en la Provenza, asistiendo a una pequeña revelación tras otra en las simples ramas de un árbol o en unas nubes pasajeras. También en la gran metrópolis encontramos grandes cantos a la errancia como en Whitman o en Walter Benjamin, o los Paseos por Berlin de F. Hessel.
Hay como un existencialismo primigenio de los caminantes, de no ser otra cosa que puro sentido del existir caminando, que también puede colorearse de angustia como muestran películas como Gerry de Gus Van Sant o de inquietud, como Old Joy de Kelly Reinhardt.
Yo mismo pude comprobar este verano, en Las Cevenas francesas, cómo un montón de gente cruzaba la montaña emulando a Stevenson y su burrito Mustardine. Los trazos de la canción, en alusión al gran libro de Bruce Chatwin, siguen marcando los caminos de los hombres. En esa renovada invención de lo cotidiano, el paseo nos saca a menudo de los caminos más seguidos y nos muestra atajos interesantes. Es un placer que en los libros y la lectura haya una huella tan continua de esa estupenda pasión de los paseos.

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