20/05/2022

Poesía y traducción: entrevista a Ezequiel Zaidenwerg

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Autor: Damià Gallardo

Ezquiel Zaidenwerg. Fotografía de Valentina Siniego

 Recuperamos esta entrevista a Ezequiel Zaidenwerg (publicada originalmente el 30 de septiembre de 2018) con motivo de la reedición de 50 estados. 13 poetas contemporáneos de Estados Unidos por las editoriales Kriller 71 y Fulgencio Pimentel.

Una “novela tenue” que bajo la apariencia de una antología poética bilingüe entronca con la tradición de las vidas imaginadas a la manera de Marcel Schwob, Jorge Luis Borges o Stanislaw Lem.


Los trece poetas del título son personajes ficticios con estilos e intereses muy diversos a quienes el autor atribuye unos poemas que él mismo ha escrito, tanto el ‘original’ en inglés como la ‘traducción’ al español. A la breve muestra de poesía de cada poeta sigue una entrevista que, con algunas variantes, repite las preguntas. Se da la circunstancia de que estas entrevistas, en realidad, las han respondido personas reales (poetas o no, pero estadounidenses “de verdad”) que han asumido el papel asignado, con los poemas que se les ha atribuido como guión.

Con motivo de la celebración del Día Internacional de la Traducción, el librero Damià Gallardo ha pedido a Ezequiel Zaidenwerg que responda a unas preguntas sobre su último libro.

Ezequiel Zaidenwerg

Ezequiel Zaidenwerg. Fotografía de Eliana Hernández

En 50 estados. 13 poetas contemporáneos de Estados Unidos usted es el autor tanto de los poemas ‘originales’ en inglés como de su ‘traducción’ al castellano. ¿Se escribieron a la par o se mantuvo un cierto orden, primero en inglés y luego en castellano? En realidad, podría decirse que soy el autor de todos los poemas “originales”, aunque en algunos casos ambas versiones me pertenecen, y en muchos otros no: la poeta estadounidense Robin Myers me ayudó a pulir varios de los poemas en inglés, y en muchas ocasiones ella misma se encargó de trasladar los “originales” a partir de las “traducciones”, en los casos en que el poema fue escrito en primer lugar en castellano. Es por eso que el libro le está dedicado: es, a fin de cuentas, su principal coautora, como lo son también, quizá no en menor medida pero sí en distinta proporción, las otras doce personas “reales” que tomaron el control de la ficción del libro, dándoles carnadura a los personajes más allá de las ideas que en un primer momento me había hecho sobre ellos; en relación con esto, quisiera aprovechar para decir que el entrevistador, cuyo papel interpreto con suerte deliberadamente desigual, también es un personaje de ficción. Por lo demás, los poemas formalistas de Ariella Jenkins fueron escritos por mí en simultáneo en ambas lenguas; y el poema que cierra el libro –una meditación lírica en trece partes sobre el desamor, las migraciones (tanto externas como internas), y la masculinidad de Thomas Jefferson a Donald Trump–, que sólo usa palabras extraídas de la Declaración de Independencia de los EEUU, fue escrito originalmente en inglés y luego traducido al castellano por el poeta mexicano Hernán Bravo Varela.

¿Se iban modificando ‘original’ y ‘traducción’ para que se ajustaran entre sí todo lo posible durante el proceso? No, no mucho o casi nada. De hecho me interesaba trabajar con esos desajustes, y hay casos de deliberada mistranslation. Los poemas formalistas de los que hablaba, y uno en especial, un soneto con palíndromos en lugar de rimas, me parece que son un ejemplo elocuente de lo que decía: son poemas que dicen totalmente otra cosa –hasta tienen distinto título–, pero que hacen exactamente lo mismo.

La manera de afrontar la traducción es diferente según sea el poema: en ocasiones se es más fiel al sentido, en otras predomina mantener el juego formal aunque se sacrifique en mayor o menor grado el sentido. ¿Se puede considerar la novela como una suerte de catálogo de estrategias para afrontar la traducción de poesía? Sí. No sé si lo haya conseguido, pero me propuse que 50 estados fuera varios libros a la vez: una colección de poemas que, a pesar del ventriloquismo, diera cuenta de manera sentida y auténtica –es decir, no paródica– de una serie de tendencias de la poesía estadounidense contemporánea, incluso si eso implicaba ir contra “mi” propio gusto (o, mejor: especialmente si eso implicaba ir contra “mi” propio gusto); un ensayo sotto voce sobre poesía en general y sobre traducción de poesía en particular; una autobiografía refractada en voces, porque al fin de cuentas 50 estados traduce al sensorio y a las inclinaciones de trece personajes muy diferentes de mí una serie de experiencias personales que marcaron la década que me llevó “escribir” el libro; y finalmente, una novela tenue, con una trama esquelética, que de manera consciente intenté que sugiriera un mundo donde las vidas de estos personajes se cruzaran de manera más o menos circunstancial, en vez de contar una historia en un sentido más clásico, con sus conflictos y sus vueltas de tuerca.

Hay algunos poemas en los que se da alguna ‘traición’ deliberada en la traducción. ¿Se trata de un guiño al lector atento o forma parte de lo novelesco? Ambas cosas. Hay un hecho curioso, que sin embargo hemos naturalizado: la poesía es el único género en el que la edición bilingüe es la norma. Pareciera que la presencia del texto en su lengua de origen cumpliera una función notarial, certificar la plausibilidad de la traducción, sobre la cual parecería pesar una sospecha a priori. Por un lado, me interesaba problematizar calladamente ese lugar común; por el otro, la “traición” es parte del artefacto novelesco, porque como decía antes el traductor/entrevistador es un personaje más, y sus errores e inconsistencias –así como los muchos momentos en que lo ridiculizan o él mismo hace el ridículo– tienen como objetivo darle espesor.

¿El libro estaría más cerca del ajuste de cuentas o de la celebración de la experiencia como poeta y traductor? Me gustaría pensar que el libro es sobre todo una celebración: aunque no siempre fue fácil hacer de director de actores, y en algunos casos tuve que perseguir a las personas “reales” para que terminaran las entrevistas que generosamente se habían comprometido a responder, fue una experiencia divertidísima que además me permitió ampliar mis propios límites a la hora de pensar la poesía y, como decía antes, ir más allá de mi propio gusto, algo que quizá escribiendo desde la posición autoral clásica no hubiera podido o no me hubiera atrevido a hacer. Finalmente, no veo el libro como un ajuste de cuentas. A lo sumo, tal vez sea una pequeña nota al pie a una idea fundante de la poesía moderna que dice que Yo es Otro. En términos generales, estoy de acuerdo con el aforismo de Rimbaud, pero creo que se podría extender su alcance: si Yo es Otro es porque antes es Nosotros. En ese sentido, creo que la hipótesis central de 50 estados, en su avatar ensayístico, es que la poesía no es una galería de poetas ilustres, sino una playlist de poemas en que no deja de crecer.

Recomendamos visitar zaidenwerg.com
Algunas entrevistas más para viajar alrededor de 50 estados: 13 poetas contemporáneos de Estados Unidos:
— Entrevista de Jonnathan Opazo Hernández para Culto: Los estados invisibles
— Entrevista de Hernán Vanoli para la revista Crisis: La acción poética en el norte de América
— Entrevista de Susannah Greenblatt para Words without Borders: Benevolent Betrayal: Ezequiel Zaidenwerg on Translating Thirteen Invented Poets

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