04/03/2020

La ilusión de cuatro mujeres

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Autor: Conxita

Laie abrió impulsada por cuatro mujeres que hoy todavía están vinculadas a la librería. Conxita Guixà, una de las fundadoras, nos ha escrito unas líneas que evocan los primeros días de un proyecto que justo ahora cumple los primeros cuarenta años.

La librería Laie en 1980Una de las primeras fotografías de Laie, a principios de los 80

Una de las mejores cosas de trabajar en una librería es llegar por la mañana y mirar qué nos ha traído el transportista. Te sientes como una niña cuando abre los paquetes de los Reyes Magos. Hay, sin embargo, otra cosa aún mejor: la responsabilidad y el placer de elegir los libros que habitarán una librería que todavía no existe.

Repasar catálogos, marcar los libros que queríamos, contar los títulos de fondo para no pasarse o hacer corto. Elegir novedades, visualizar los espacios, sufrir para no olvidar nada. Una experiencia inolvidable que culmina con la emoción de levantar la persiana el primer día.

Entonces no era habitual anunciar la apertura de una librería; ni se consideraba un hecho muy noticiable, ni había los medios que tenemos ahora. De hecho fue muy sencillo: una tarde, cuando comprobamos que todo estaba ordenado y en condiciones, Laie abrió sin más ceremonial. Quizás en las primeras horas de vida de la librería entraron tres o cuatro personas, no sabría decirlo. Sí recuerdo que el primer libro que se vendió fue una antología del poeta griego Yorgos Seferis.

Noticia de la inauguración de LaieNoticia aparecida en la revista El libro español en febrero de 1980

La inauguración se celebró semanas después de aquella improvisación. La persiana desapareció pocos años después de abrir, como también desaparecieron las vitrinas que daban a la calle, en la primera de las muchas reformas que se han hecho para mejorar el espacio.

En la librería también cuentan muchas otras ocupaciones mucho más prosaicas que elegir la oferta bibliográfica, como repasar albaranes, ocultar cajas vacías, hacer reposiciones, pagar a los proveedores, hacer facturas... El día a día de hoy tiene poco que ver con el de hace 40 años, la memoria era entonces indispensable y tenía que estar bien afilada para ahorrar pasos y evitar revolver las estanterías. Cada libro tenía una ficha, hecha a mano—claro—, que cuando se había vendido el libro servía para hacer los pedidos de reposición a los distribuidores, que lo anotavan en sus blocs.

La tecnología nos ha vuelto más eficientes y ahora sería impensable trabajar así. Los cambios, aparte de los tecnológicos, han marcado el fondo de la librería; materias como antropología (que en aquellos años había abierto cátedra en la UB), tuvo una expansión muy importante, llegando a ocupar tanto espacio como política y sociología. Reinaban Lévi-Strauss, Malinowski y los estudios sobre culturas primitivas, para convertirse en casi residual años más tarde. La literatura catalana tenía ya buena salud, pero el crecimiento actual era impensable.

Conxita Guixà i Montse MoragasConxita Guixà y Montse Moragas en un artículo de Toni Puntí aparecido en el diario Avui en 1998

Los ensayos sobre género eran escasos. El informe de la pareja Masters y Johnson sobre sexualidad coexistía con El segundo sexo y otros estudios que nos llegaban de las editoriales sudamericanas, básicamente dedicadas a la normalización de la sexualidad, pero pasando por encima de los aspectos sociológicos y de identidad. Eran buenos tiempos para el psicoanálisis y de Paidós nos llegaban los textos de Lacan, Reich, Laing y otros.

La avalancha de novedades que salen diariamente, durante todo el año desde hace mucho tiempo, en los primeros 80 todavía ofrecía alguna tregua. En verano, las mesas de novedad se vaciaban poco a poco y la vida de las pilas se alargaba hasta la rentrée de septiembre, aunque era en realidad en octubre cuando se reanudaba con fuerza la actividad editorial. Una contención que ahora echamos de menos.

Y así han pasado 40 años rodeadas de libros, sorteando dificultades y crisis, con muchos cambios pero con un oficio que esencialmente es como antes, y sobre todo disfrutando del inmenso privilegio de poder persistir en esta utopía.

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