11/05/2023

Una noche en el museo

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Autor: José

A mediados de abril se ha publicado en Francia (y ahora en mayo en Italia), el libro Déplacer la lune de son orbite de Andrea Marcolongo (en italiano, Spostare la luna dall'orbita), que será el número 15 de la colección de ediciones Stock, Ma nuit au musée.

Andrea Marcolongo es una joven italiana especialista en el mundo clásico de la que Taurus ya ha traducido cuatro libros, el más reciente: El arte de resistir. Lecciones de la Eneida. En el libro al que nos referimos pasa una noche en el museo de la Acrópolis de Atenas.

La colección, que comenzó en 2018 con el libro de Kamel Daoud Le peintre dévorant la femme, se basa precisamente en que un escritor pase una noche en un museo y escriba sobre su experiencia, y es una ocasión para reflexionar sobre el arte, su valor, sus contradicciones. Está dirigida por Alina Gurdiel, que aparece como personaje en varios de los libros.

De los 15 libros de la colección se han traducido tres al castellano: el segundo de la colección, de la premio Goncourt Lydia Salvayre, Caminar hasta el anochecer (El Desvelo, 2022), es un libro estupendo porque parte de la premisa de que NO quiere hacer un libro sobre el museo y el arte o sobre Giacometti y finalmente logra un libro bastante honesto al respecto. El octavo es de la también premio Goncourt Leila Slimani, El perfume de las flores de noche (Cabaret Voltaire, 2022), que pasa la noche en la Punta Dogana en Venecia. Y el décimo, libro que ganó el premio Médicis de Ensayo en 2021: Como un cielo en nosotros, de Jakuta Alikavazovic (editorial Muñeca Infinita, 2023).

Uno de los recientes títulos, el número trece, Quand tu écouteras cette chanson, ganó el premio Décembre 2022. La autora, Lola Lafon, tiene varios títulos traducidos en Anagrama y Alianza. En este caso visita el museo Anna Frank en Amsterdam y el libro es una reflexión sobre la joven escritora judía y su fama mundial (precisamente cita un libro que acaba de aparecer, el ensayito de Cynthia Ozik ¿A quién pertenece Anna Frank?, que salió en el New Yorker en 1997.

También contribuyó a la colección un escritor muy singular, Éric Chevillard, autor de una obra sorprendente de la que sólo hay dos obras traducidas al castellano, Caer (Editorial Sexto Piso) y Zarza-Rosa (Shangrila Ediciones), y una al catalán, en la osada editorial Extinció, La nebulosa del cranc. El museo donde durmió fue el de Historia Natural de París, sección especies extinguidas. L’arche Titanic (2022) fue el número 11 de la colección y es, como no podía ser menos, uno de los más divertidos.

Hay otros traducidos entre los otros autores de la colección, como Leonor de Récondo, que durmió en Toledo en el Museo Greco, Santiago H. Amigorena, el dibujante Enki Bilal o Zoé Valdés (en el Thyssen de Madrid).

Este año salió King Kasaï, de Christophe Boltanski en el African Museum de Bruxelles, y se confronta al espinoso tema de los museos coloniales, y a la pareja díficil Bélgica-Congo, con Tíntín y otros de por medio...

En la página 131 de Caminar hasta el anochecer Lydia Salvayre escribe:

"Al salir del museo estaba animada y alegre, como pocas veces llego a estarlo.

Sin duda, el arte no valía nada. El arte era incapaz de cambiar el mundo y el mundo en nosotros. El arte era incapaz de detener su camino hacia un desastre que nos negábamos a ver. El arte era incapaz de volver buenos a los malos. Incapaz de contraponerse a los poderes asesinos, de derribar un orden en el que las finanzas decidían ferozmente el valor de todo, y de levantar a los pueblos sometidos a las más infames tiranías. Impotente para conjugar el odio, la venganza, el resentimiento y todas las pasiones tristes que prosperaban en nuestra época. No conseguía defendernos de esa fealdad que nos rodeaba y nos penetraba, ni apartarnos de las diversiones mediocres que envilecían nuestros corazones. El arte no podía nada contra el hecho de que vivir dolía.

Había, sin embargo, algo seguro: a veces el arte añadía a nuestras alegrías y nuestro deseo de vivir, a veces desafiaba soberanamente a la muerte o implacablemente nos la recordaba, a veces aguzaba nuestro rechazo de un mundo que formateaba tanto nuestros cuerpos como nuestras almas, a veces exaltaba nuestro gusto de lo imposible..., a veces hacía aflorar nuestro deseo inquebrantable de soñar y de ser libres sin el cual no podíamos vivir, y nos devolvía el gusto olvidado de los colores tan amados de la infancia, el rojo sobre todo, el gusto de las figuras y los objetos, de su materia y de su luz, de la belleza de las cosas regaladas y simples que están en este mundo y que sin duda, el arte no vale nada pero nada es tan valioso como el arte." (Traducción de Marta Cerezales Laforet).

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