14/12/2020

Lydia Oliva: La fotografía como una de las Bellas Artes

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Autor: Lydia Oliva

Décimo octavo capítulo del libro Laie 40 anys. 1980-2020 que hemos publicado para celebrar nuestro aniversario.

Publicaremos poco a poco todos los capítulos en nuestra web.

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La fotografía como una de las bellas artes

Lydia Oliva. Gestora cultural

La evolución del libro ha ido siempre pareja al avance tecnológico. Ya las primeras muestras de fotolibros supieron ir más allá de la simple unión entre la novedosa fotografía y el libro tradicional.

“La novela es un juego literario abierto que puede desarrollarse al infinito. [...] El cuento es todo lo contrario: un orden cerrado. [...] El cine sería la novela y la fotografía, el cuento”.Julio Cortázar, Clases de literatura. Berkeley 1.980

En una de mis visitas a la librería Laie, Lluís me propuso participar en la publicación de este aniversario porque querían incluir la fotografía. Además de la alegría y la satisfacción de colaborar con esta librería mítica y su gran equipo, en seguida me pregunté cómo hablar de fotografía en este oasis de la escritura impresa. Lo único que me vino in mente en aquel momento fue proponerle hablar sobre fotolibros, pero más adelante me cuestionaba cómo se podía hablar de fotografía en el aniversario de una librería, ¿evocando a algunos clásicos? Como Leonardo, por ejemplo: “Existen tres clases de personas: las que ven, las que ven cuando se les muestra y aquellas que no ven”; Flaubert: “Creo que el recuerdo idealiza, pero diría que la mirada también”; Maxime Du Camp: “Aprender a fotografiar no cuesta tanto, lo que sí cuesta es transportar el equipo montado en una mula o en un camello o cargarlo sobre tu espalda, esto sí es duro y complicado”; Paul Valéry: “Cuando apareció la fotografía, el género descriptivo empezó a invadir la literatura”, o Susan Sontag: “Todas las fotografías son memento mori”. ¿O remitiéndome a la etimología de la palabra fotografía?: escribir con la luz; con lo cual me situaba en el punto de partida.

Oficialmente, con la luz se ha escrito desde 1839, año en que se dio a conocer el descubrimiento de la fotografía. En Francia, por parte de Louis Daguerre, el daguerrotipo, y en Inglaterra, por parte de William Henry Fox Talbot, los dibujos fotogénicos que desencadenarían algo más tarde en el calotipo, que hasta hace poco era la base de la fotografía negativo-positivo, invento y proceso que permitió que se realizaran tantas copias como uno deseara. Talbot para demostrarlo publicó en fascículos —algo muy común en la época— su famoso libro The Pencil of Nature (1844-1846), al que podemos calificar como el primer fotolibro de la historia. La leyenda cuenta una anécdota un tanto dramática, que si non è vera ma è ben trovata, provocada por The Pencil of Nature. Parece ser que el compositor Charles-Valentin Alkan, en 1888, queriendo consultar en su biblioteca el primer fotolibro de la historia, al intentar cogerlo la estantería venció, Alkan cayó al suelo, se desplomó y se desnucó.

Talbot, en 1845 publicó su segundo fotolibro, Sun Pictures in Scottland, mucho más literario y fotográfico que el anterior. En el primero quería mostrar las múltiples aplicaciones de la fotografía, comparable a los manuales o leçons de peinture; en este, en cambio, homenajeó al escritor escocés Walter Scott con 23 imágenes, sin texto, dejando total libertad al espectador-lector para recorrer los lugares emblemáticos de la vida y la obra del escocés, sin interferencias impuestas y así poder viajar —los viajeros de sofá—, rememorar, leer o releer las obras, párrafos o poemas donde están ambientadas algunas de ellas, o sea, en los lieux de mémoire, como los denomina Pierre Nora, o bien fisgonear y adentrarse en la casa del escritor —los curiosos—. Este es un libro conceptualmente muy moderno, minimalista avant la lettre.

Y si nos referimos a libros minimalistas y conceptuales no podemos dejar de mencionar los icónicos de Ed Ruscha. Empezaremos con Twentysix Gasoline Stations, el primero que publicó, en el año 1963. Este libro documenta el entorno entre Los Ángeles y Oklahoma en la Ruta 66, y consta de 26 fotografías de gasolineras. Como único texto figura, al lado de cada una de las fotografías, la marca de la gasolinera y su ubicación. Estas imágenes nos transportan a escenas de novelas como On the road o películas como Easy Rider, nos acompañan a viajar en el tiempo por la América profunda. Ed Ruscha ultima este libro de paisajes o no lugares sin adjetivos ni adverbios. Estamos frente a un libro sin apenas valor en el mercado en su momento —salió al precio de unos 3 $—, en cambio, con los años, como sucede con tantos y tantos libros de fotografía y los suyos sobre todo, se han convertido en libros de culto, de los más buscados entre los coleccionistas.

Ruscha en sus libros limita y dosifica la información. Él se propuso mostrar un trabajo neutro, una colección de datos, de ready-mades, de los grises y anodinos “monumentos de la sociedad moderna”. Nosotros, con nuestra mirada, vagamos por las fotografías completando-redactando el libro gracias a nuestro bagaje lector, o sea, seguimos la consigna de Victor Burgin de ver las imágenes como equivalentes de las palabras o bien nos preguntamos, como Roland Barthes, ¿cuál es el contenido del mensaje fotográfico? La escena per se, un mensaje sin código, aparente, y eso mismo ocurre con Nine Swimming Pools and a Broken Glass (1968), otro libro de imágenes seriadas, como todos los que publicó en aquella época, muy en la onda. En música recordemos las composiciones de Terry Riley, Steve Reich…, en pintura, por ejemplo, las famosas series de las sopas Campbell y las cajas de Brillo de Andy Warhol.

Al hojear Nine Swimming Pools tendemos a sentirnos Burt Lancaster, o sea Neddy Merrill, el protagonista del cuento El nadador, de John Cheever, que decide regresar a su casa a nado de piscina en piscina, símbolo del American way of life que artistas pop como David Hockney tan bien reflejaron en muchas de sus obras. Ruscha piensa cada una de sus publicaciones como una exposición ambulante en forma de libro. Y qué mejor exposición ambulante para letraheridos y ratas de biblioteca que On Reading (1971), 1 de André Kertész, un continuo de 63 fotografías de gente leyendo. El fotógrafo húngaro captó a los retratados con un libro, leyendo in fraganti o, como lo denominaba Cartier-Bresson, “en el momento decisivo”.

Kertész tenía una gran capacidad para retener los detalles reveladores, según John Szarkowski, a pesar de que él declaraba que no veía a la gente sino que la sentía. Donde otros completan las escenas con palabras, Kertész las llena de silencios y de presencias, de literatura escondida, se diría que nos hemos perdido una parte del relato, que la historia comenzó en páginas anteriores, por eso debemos discrepar de uno de los editores de la revista Life, que lo acusaba de hablar demasiado en sus imágenes.

El libro como medio podríamos decir que es el hábitat natural de la fotografía, ya que una de sus iniciales funciones era su reproducción. Como decía McLuhan, el libro fue el primer objeto producido en masa. Con la imprenta nació el mercado y en consecuencia la especulación en el mundo del libro. Y ya que hablamos de especulación no podemos dejar de mencionar una curiosidad que hemos podido constatar desde hace años. Los libros de fotografía, una vez agotados o descatalogados, se convierten en “objetos de deseo” de coleccionistas y de caprichosos, llegando muchos de ellos a alcanzar cifras impensables en el momento de su publicación.

En estos últimos años se habla mucho sobre los fotolibros, se les dedican ferias, exposiciones, libros, conferencias y debates. Aquí podríamos seguir mencionando un listado interminable de fotolibros icónicos del siglo xix y del xx, pero dado el formato solicitado me he centrado en cuatro ejemplares de libros de fotografía sin texto a modo de divertimento, tratándose del aniversario de una librería, el reino de la letra impresa.

A modo de homenaje a la Laie me gustaría acabar con una cita del libro Las mil y una noches: “Una estantería de libros es el más hermoso de los jardines. ¡Y un paseo por ellas es el más dulce y encantador de los paseos!”. ¡Felicidades en vuestro 40 aniversario y que podáis celebrar 40 más!

[1] Leer, en su versión en español. Ed. Periférica, 2016. A diferencia de la edición original, este va acompañado de un prólogo.

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