08/04/2019

Semanas en el jardín imperfecto

alt text
icon

Autor: José

Llega de nuevo la primavera con paso firme, y como una flor anuncia la editorial Neri Pozza el nuevo libro de Giorgio Agamben, Il Regno e il Giardino, una evocación del jardín edénico como paradigma de toda posible felicidad humana y ambiguamente como el lugar de la expulsión traumática, que las preocupaciones crecientes por el drástico cambio climático acentúan. Echando mano de San Agustín y Dante, la cubierta del libro que saldrá en mayo concluye: "Sólo el jardín hace pensable el Reino".

Pues bien, una mirada rápida al hortus conclusus que es una librería, permite ver que varias editoriales sacan libros sobre el jardín y los jardines, a veces con una insistencia reveladora. Hay algunas, como Elba, que tiene una bonita colección, donde recientemente apareció Los jardines de los monjes, de Seewald y Freuler sobre los claustros, y anteriormente habían publicado Los jardines en tiempo de guerra de Teodor Ceric o El jardín perdido, del islandés Jorn de Précy. Acantilado publicó en 2017 Pequeños paraísos. El espíritu de los jardines, de Mario Satz, y Siruela acaba de republicar El jardín y las artes de Michael Jakob. La escuela del filósofo Epicuro se llamaba El Jardín, y Ardora recientemente nos ofreció sus Máximas del jardín.

Albert Aublet: Reading on the garden pathAlbert Aublet: Leyendo en el camino del jardín (1883)

En Impedimenta acaba de salir Vida en el jardín, de Penelope Lively, que comienza evocando el jardín de Virginia Woolf y cómo aparece la vida vegetal en sus novelas. Cita un momento de Al faro que le encanta: "Alcachofas entre las rosas". La variedad de nombres vegetales en los diferentes idiomas es de una riqueza proteiforme: en un párrafo menciona "trítomas, kniphofia, hierba de la Pampa, Jacmanna". El libro habla de jardines literarios y pictóricos y de la propia experiencia de la escritora.

Pues bien, nuestro filósofo coreano favorito, Byung-Chul Han, nos ofrece en Herder, Loa a la tierra. Un viaje al jardín, añadiendo más nombres —el traductor ha tenido que flipar, seguro, entre el alemán, el coreano y el castellano—, aquí aparecen: "prímula o llave del cielo, arañuela o cabellos de Venus, diente de perro, cruz de Malta, nometoques (!nometoques!), hierbamora". En un dietario de 2016-2017 nos habla de su jardin secreto (Bi-won, en coreano), en un texto plagado de romanticismos (Schubert, Novalis, Hölderlin, Schiller, Goethe —del que se cita su texto sobre los colores, en que el "azul en su pureza suprema es una nada estimulante"— Rilke, Heidegger sin insectos —bueno, uno: el grillo—, Moustaki, los alcaparrones, el Vesubio napolitano y otros byungchulhanismos acreditados).

Una bonita historia filósofica del jardín se puede encontrar en editorial Turner, Jardinosofía, de Santiago Beruete, 2016. La misma editorial que acaba de publicar el muy recomendable El jardín de los delirios. Ilusiones del naturalismo, de Ramón del Castillo, un antídoto perfecto a ponerse un poquito estupendo en medio del jardín.

Cultivar nuestro jardin, recomendaba el Candido voltairiano (bueno, se publicó con el bonito seudónimo Mr. Le Docteur Ralph). Satz cita a Zhen Banqiao al principio de su libro: "El goce de la vida debería basarse en la concepción del universo como un jardín". Y el título de este post, incapaz de dar cuenta de todos los innumerables jardines de la escritura, se bifurquen o no, rinde homenaje al recién traspasado Sanchez Ferlosio, y a su bonito libro de ensayos Las semanas en el jardín, de 1974, y a la frase de Montaigne sobre la muerte: "Quiero que la muerte me encuentre plantando mis coles, pero sin preocuparme por ella —nonchalant, dice en francés—, y menos áun por mi jardín imperfecto". Y ahora que Julian Barnes ha pasado por Barcelona, vuelvo a comentar el troleo que le hizo Chamfort a Montaigne acerca de filosofar como "aprender a morir", lo cuenta Barnes en el estupendo "Nada que temer": doscientos años después, Chamfort concluyó con un irónico "pues todo el mundo lo hace muy bien la primera vez”.

Comparte